La aporte literario más importante de Alejo Carpentier es su concepto de lo real maravilloso, que surge, en parte, de su crítica al surrealismo de Salvador Dalí, André Breton y otros.
Para Carpentier, había un diferencia fundamental entre las maravillas de los surrealistas y lo real maravilloso. Las primeras nacen del descreimiento: ninguna persona cree en los relojes derretidos de Dalí, ni siquiera su creador. Esos relojes son como los superhéroes de las películas de Marvel que vuelan, trepan paredes o corren a gran velocidad. Aunque nos pueden divertir y entretener, no los aceptamos como reales. El creador los imagina con plena consciencia de que son fantasías.
Lo real maravilloso, en cambio, presupone fe. Como decía Carpentier, quienes se curan con milagros de santos deben creer en milagros y santos. Desde el punto de vista del creyente o del colectivo de creyentes, la cura milagrosa es una expansión de los límites de lo real. Está inscrita en la realidad tal como ellos, de manera auténtica, la perciben.
Mackandal es una figura importante en la historia de Haití. Fue un esclavo que, tras perder un brazo en un accidente, se convirtió en un guía espiritual y político —y, al fallecer, en una leyenda y un mito— dentro de la lucha de los haitianos por su independencia.
Los esclavos rebeldes creían que Mackandal tenía el poder de transformarse en animales. La fe en esas facultades mágicas envolvieron a esta personaje en un aura mística que contribuyó a inspirar la única revolución exitosa de esclavos en la historia. Fenómenos como este llevaron a Carpentier a acuñar el término «real maravilloso» veinte años antes de que Gabriel García Márquez escribiera Cien Años de Soledad.
En el prólogo de El reino de este mundo, Carpentier contrasta a Mackandal con el héroe de Los Cantos de Maldoror de Isidore Ducasse, quien en el sexto canto escapa a un ejército de agentes y espías transformándose en varios animales y utilizando sus poderes de teletransporte. Hay una diferencia importante entre ese personaje creado por Ducasse y el Mackandal dotado de exactamente los mismos poderes licantrópicos por la fe de sus contemporáneos. En el caso del haitiano, señala Carpentier, «ha quedado toda una mitología, acompañada de himnos mágicos, conservados por todo un pueblo, que aún se cantan en las ceremonias del vudú».
Ahora bien, tan fascinante como esta distinción son las técnicas inovadoras que Carpentier inventó para introducir lo real maravilloso en El reino de este mundo.
II
En la mayor parte de la novela, Carpentier utiliza un narrador objetivo que todo lo sabe. La voz de este narrador es seria y formal, marcada por el estilo barroco, erudito, rígido y a veces pomposo del autor—un estilo que no da cabida a la espontaneidad y en el que cada oración parece premeditada, repensada y corregida mil veces con la ayuda de una torre de diccionarios y enciclopedias.
En ocasiones, sin embargo, este narrador se aparta de su rol objetivo y omnisciente, acercándose tanto a un personaje o colectivo que casi se funde con ellos. Se desplaza a un lugar ambiguo donde es difícil saber si esta fusión ocurrió.
Fíjense, por ejemplo, en esta muda del narrador que comienza con los rumores que circulan entre los esclavos sobre una serie de hechos extraños:
De noche, en sus barracas y viviendas, los negros se comunicaban, con gran regocijo, las más raras noticias: una iguana verde se había calentado el lomo en el techo del secadero de tabaco; alguien había visto volar, a medio día, una mariposa nocturna; un perro grande, de erizada pelambre, había atravesado la casa, a todo correr, llevándose un pernil de venado…
En el siguiente párrafo, en la segunda oración, vemos el furtivo acercamiento a la visión de los esclavos. Noten la deliberada ambigüedad sobre quién narra: ¿el narrador tradicional o la voz colectiva de los esclavos?
Todos sabían que la iguana verde, la mariposa nocturna, el perro desconocido, el alcatraz inverosímil, no eran sino simples disfraces. Dotado del poder de transformarse en animal de pezuña, en ave, pez o insecto, Mackandal visitaba continuamente las haciendas de la Llanura para vigilar a sus fieles y saber si todavía confiaban en su regreso. De metamorfosis en metamorfosis, el manco estaba en todas partes, habiendo recobrado su integridad corpórea al vestir trajes de animales. Con alas un día, con agallas el otro, galopando o reptando, se había adueñado del curso de los ríos subterráneos, de las cavernas de la costa, de las copas de los árboles, y reinaba ya sobre la isla entera. Ahora, sus poderes eran ilimitados. Lo mismo podía cubrir una yegua que descansar en el frescor de un aljibe, posarse en las ramas ligeras de un aromo o colarse por el ojo de una cerradura. Los perros no le ladraban; mudaba de sombra, según le conviniera. Por obra suya, una negra parió un niño con cara de jabalí.
Fíjense que el extracto comienza con «todos sabían», refiriéndose a la perspectiva de los esclavos, pero luego se cuentan las sucesivas metamorfosis de Mackandal como hechos reales y objetivos.
Carpentier se asegura de que el narrador permanezca en ese terreno ambiguo, sin cruzar la frontera entre lo real y lo maravilloso, aunque se acerque peligrosamente a ella. Un poco más adelante, el narrador vuelve al lugar seguro de los datos verificables. Noten que al señalar «decía Ti Noel» pasa de encarnar la voz de los esclavos a contar lo que dice un esclavo como antes de su audaz incursión a esa zona gris:
Un día [Mackandal] daría la señal del gran levantamiento, y los Señores de Allá, encabezados por Damballah, por el Amo de los Caminos y por Ogún de los Hierros, traerían el rayo y el trueno, para desencadenar el ciclón que completaría la obra de los hombres. En esa gran hora—decía Ti Noel—la sangre de los blancos correría hasta los arroyos…
Esta ambigüedad, este ir y venir en el límite que separa la realidad histórica de la leyenda y el mito, este cuidado por contener al narrador para que no se aleje demasiado del mundo objetivo, no puede ser más eficaz. De esta manera, Carpentier logra que el lector entienda visceralmente cuán reales son, en la mente de los esclavos, estas creencias sobre los poderes de Mackandal. Logra que el lector sienta en las entrañas que, para ellos, los poderes de Mackandal no son una fantasía, sino parte de su realidad.
La clave, entonces, es utilizar un narrador serio y omnisciente, casi siempre apegado a los hechos reales e históricos, para acercarse a los esclavos y fundirse momentáneamente con ellos, contando lo maravilloso (los poderes de Mackandal) con una voz que, a pesar de esa fusión temporal, el lector sigue percibiendo como objetiva.
El estilo encorbatado de Carpentier —formal, libresco, rígido, erudito— desempeña un papel clave en este sofisticado artificio literario. No solo refuerza el carácter objetivo del narrador, sino que también disimula, con su seria uniformidad, las sutiles transiciones al mundo de la magia y el milagro.
Estoy seguro de que Carpentier no calculó esta contribución importante de su estilo en el efecto alucinante de esa mudas, ya que es el mismo con el que escribió todos sus artículos, ensayos, cuentos y novelas.
Pero en el arte no todo es premeditado. A veces hay factores fortuitos y misteriosos que elevan una obra. Tal vez los Señores de Allá, encabezados por Damballah, por el Amo de los Caminos y por Ogún de los Hierros, asistieron al gran Alejo Carpentier en la gestación de su obra maestra.