Alejo Carpentier, el transgresor (parte I)
La relación erótica entre Paulina Bonaparte y el esclavo Solimán
El reino de este mundo de Alejo Carpentier puede parecer, a primera vista, una novela difícil y tediosa.
El tema quizá no atraiga a muchos: la lucha por la independencia en Haití y las nuevas formas de sometimiento y opresión que emergieron en el orden poscolonial. El estilo de Carpentier tampoco parece, de entrada, muy accesible: barroco, formal, a ratos pomposo y grandilocuente, rígido en el sentido de que no admite oralidad ni espontaneidad, y exhibicionista en su vocabulario rebuscado y erudito.
Julio Cortázar decía que escribía en mangas de camisa. Si ese dato es una metáfora de su estilo, Carpentier se vestía con saco y corbata antes de escribir.
La realidad, sin embargo, es que El reino de este mundo, si uno le da una oportunidad al autor, es una novela hechizante, adictiva, con una prosa sensual y envolvente que atrapa al lector desde sus primeras páginas. No solo eso: este servidor piensa que es una de las ficciones más ricas y originales en español del siglo XX.
Para animarlos a leerla, me gustaría compartir una serie de reflexiones, comenzando con la relación de Paulina Bonaparte, la hermana menor de Napoleón, con el esclavo Solimán.
Esta relación —sensual, erótica, compleja, tierna, sutil— es una pequeña muestra del talento literario de Carpentier.
II
Paulina Bonaparte, inspirada en su homónima de la vida real, es un personaje fascinante, miembro de honor de la nobleza francesa y esposa del destacado general Victor-Emmanuel Leclerc. Es conocida no solo por su extraordinaria belleza, sino también por su independencia, excentricidad y libertinaje, una mujer con fama de haber dejado a su paso una estela de amantes.
Bonaparte no solo aparece, sino toma el timón de la novela en un momento inesperado. Hasta su llegada, la narración gira alrededor de varios episodios claves de la lucha independentista en Haití, con una presencia fuerte del personaje principal, el esclavo Ti Noel. Sin embargo, justo cuando los haitianos están por alcanzar su independencia, el relato se desplaza hacia la vida personal de Paulina. El clímax de la única revolución exitosa de esclavos en el mundo, el desenlace de las fascinantes revueltas descritas en los capítulos anteriores, no es contado directamente por el narrador, sino revelado de manera oblicua en la sección dedicada a Bonaparte.
Pero esta extraña decisión del autor no perjudica la novela; al contrario, las páginas sobre Paulina y Solimán abren un paréntesis que Carpentier, explorando una relación con una fuerte dósis de erotismo, aprovecha para darle un respiro al léctor y apartarlo momentáneamente de la violencia de las rebeliones.
III
El narrador presenta a la bella Paulina a bordo de un barco rumbo a La Española. La acompaña su esposo, el general Leclerc, a quien Napoleón envió a la isla para sofocar la revolución de esclavos.
Desde el principio, sabemos que es una mujer coqueta y frívola, que disfruta mucho la atención de los hombres. Consciente de que todos en el barco fantasean con ella, cada mañana se instala en la proa para "fingir que medita" y dejarse "despeinar por un viento que le pega el vestido al cuerpo, revelando la soberbia apostura de sus senos".
En un ensayo sobre El reino de este mundo, Mario Vargas Llosa habla sobre las virtudes del estilo barroco y afectado de Carpentier, resaltando su "sensorialidad lujosa":
…la manera como se las arregla para que la historia parezca entrarle al lector por todos los sentidos: la vista, el oído, el olfato, el sabor, el tacto. Un estilo en el que, curiosamente, lo amanerado no está reñido con la vida del cuerpo, donde el adorno realza lo vital.
No creo que haya una mejor demostración de esta "sensorialidad lujosa" que el momento en que Paulina Bonaparte descubre los placeres de dormir desnuda al aire libre, en la cubierta del barco:
Una noche particularmente sofocante, Paulina abandonó su camarote, envuelta en una dormilona, y fue a acostarse sobre la cubierta del alcázar, que había sido reservada a sus largas siestas. El mar era verdecido por extrañas fosforescencias. Un leve frescor parecía descender de estrellas que cada singlatura acrecía. Al alba, el vigía descubrió, con grato desasosiego, la presencia de una mujer desnuda, dormida sobre una vela doblada, a la sombra del foque de mesana. Creyendo que se trataba de una de las camaristas, estuvo a punto de deslizarse hacia ella por una maroma. Pero un gesto de la durmiente, anunciador del pronto despertar, le reveló que contemplaba el cuerpo de Paulina Bonaparte. Ella se frotó los ojos, riendo como un niño, toda erizada por el alisio mañanero, y, creyéndose protegida de las miradas por las lonas que le ocultaban el resto de la cubierta, se vació varios baldes de agua dulce sobre los hombros. Desde aquella noche durmió siempre al aire libre, y de tantos fue conocido su generoso descuido que hasta el seco Monsieur d’Esmenard, encargado de organizar la policía represiva de Santo Domingo, llegó a soñar despierto ante su academia, evocando en su honor la Galatea de los griegos.
El mar verdecido por extrañas fosforescencias; el leve frescor que parece descender de las estrellas; el cuerpo de Paulina erizado por el alisio mañanero; el agua dulce que se desliza sobre sus hombros; el viento que le pega el vestido al cuerpo, revelando la forma de sus senos.
Vargas Llosa tiene razón: la historia le llega al lector por todos los sentidos.
IV
Poco después de desembarcar en La Española, Paulina inicia su relación con el esclavo Solimán, a quien convierte una especie de cuidador de su cuerpo. Solimán no solo le da masajes con aceites aromáticos y cremas suntuosas, sino que también la depila, le corta y pule las uñas e incluso la baña en la piscina.
Un elemento indispensable del erotismo es la transgresión, como lo ha explicado con lucidez George Bataille —a quien leí, por cierto, por influencia de Vargas Llosa. Y la transgresión solo es posible si existen normas, tabúes, dogmas y restricciones que puedan ser quebrantados. El erotismo y el placer se nutren de esos frenos al instinto sexual que no hacen sino intensificar el deseo.
Por eso estremece tanto ver a la beata Madame Marie de Tourvel, una mujer casada, decente, honesta y profundamente religiosa, ceder ante sus deseos e iniciar un affair con el seductor Vizconde de Valmont en la película Dangerous Liaisons, basada en la pésima novela francesa del mismo nombre. Si Marie de Tourvel hubiera sido una mujer diferente, sin esos límites morales que no solo le impone su religión y el entorno social en el que se formó, sino tambien las proclividades restrictivas de su propia personalidad, la película no sería tan erótica. El erotismo depende de la transgresión.
En los albores del siglo XIX en Haití, una relación sexual entre una mujer y un esclavo era ilegal y socialmente inaceptable. Cruzar esa línea prohibida era una profanación. ¿La traspasó Paulina Bonaparte con Solimán?
Aunque hay algunas pistas que sugieren que no, el narrador de El reino de este mundo evita dar una respuesta definitiva a esta pregunta, como si les concediera a los personajes un pequeño espacio de privacidad. En términos de técnica narrativa, esta es una maniobra sutil de Carpentier, ejecutada con precisión y delicadeza.
Lo que sí es evidente es que Paulina, si no cruzó esa línea, estuvo muy cerca de hacerlo, transgrediendo en el proceso otros límites prohibidos de la época:
Cuando se hacía bañar por él, Paulina sentía un placer maligno en rozar, dentro del agua de la piscina, los duros flancos de aquel servidor a quien sabía eternamente atormentado por el deseo, y que la miraba siempre de soslayo, con una falsa mansedumbre de perro muy ardido por la tralla. Solía pegarle con una rama verde, sin hacerle daño, riendo de sus visajes de fingido dolor. A la verdad, le estaba agradecida por la enamorada solicitud que ponía en todo lo que fuera atención a su belleza. Por eso permitía a veces que el negro, en recompensa de un encargo prestamente cumplido o de una comunión bien hecha, le besara las piernas, de rodillas en el suelo, con gesto que Bernardino de Santi-Pierre hubiera interpretado como símbolo de la noble gratitud de un alma sencilla ante los generosos empeños de la ilustración.
Noten que Paulina, con estas transgresiones, no solo desafía las normas impuestas por un sistema colonialista y racista, sino las suyas propias, pues su visión del mundo está claramente moldeada por esa misma sociedad colonial y racista que acepta la esclavitud como el orden natural de las cosas. A pesar de su rebeldía y libertinaje, Paulina sigue siendo un producto de su tiempo.
Quién iba a pensar que el encorbatado Carpentier, siempre tan formal, decoroso, correcto y erudito en su manera de expresarse, tenía una imaginación tan impúdica y licenciosa.
Lea aquí la segunda parte del ensayo.