Rubio, Grenell, Chevron y los «crazy cubans»
Una breve reflexión sobre la saga de Chevron que escribí antes la terrible noticia de la detención de Juan Pablo Guanipa.
El lunes Bloomberg informó que Trump había decidido extender la licencia de Chevron para operar en Venezuela, a pesar de haber prometido lo contrario hace unos meses. Casi al mismo tiempo, en el marco de negociaciones con el enviado especial para misiones especiales de EE UU, Richard Grenell, el régimen de Maduro liberó a un ciudadano estadounidense injustamente encarcelado en Caracas. Todo parecía indicar que ambas noticias estaban relacionadas y que Chevron permanecería en Venezuela. Grenell incluso confirmó la extensión de la licencia en el podcast de Steve Bannon.
Luego, el miércoles por la noche, el secretario de Estado, Marco Rubio, anunció otro giro en esta telenovela: la licencia a Chevron expiraría el 27 de mayo, tal como se había informado en febrero. Rubio desmintió públicamente a Grenell.
Uno desearía que estos vaivenes fueran el resultado de una vigorosa discusión interna sobre las sanciones. Pese al repudio que me inspiran los métodos desvergonzados del cabildeo de Chevron, existe un debate legítimo sobre la conveniencia de prolongar y endurecer esta política, especialmente si no viene acompañada de un plan integral para fracturar al régimen aprovechando sus divisiones internas y así despejar el camino hacia una transición —algo difícil de imaginar con esta caótica administración.
La verdad, sin embargo, es que la decisión no fue producto de una discusión racional y deliberada, sino de una guerra de influencia entre el lobby de Chevron y Grenell, por un lado, y por el otro, Marco Rubio y varios congresistas republicanos del estado de Florida.
No queda duda que Chevron, que tenía de su lado al magnate Harry Sargeant y a la influencer Laura Loomer (un aspecto curioso de esta historia que merece mayor cobertura), estuvo muy cerca de ganar este último round de la pelea. Al parecer, no lo logró —por ahora— porque los republicanos de Florida condicionaron su respaldo al proyecto de ley aprobado el jueves a que no se extendiera la licencia de la petrolera. Es decir, si el voto en el Congreso no hubiese coincidido con la fecha en la que debía tomarse una decisión sobre la licencia, Chevron podría haber prevalecido.
Todo esto reafirma algo que ya conocíamos: Trump no tiene un compromiso real con ningún curso de acción en Venezuela. Lo único que sabemos con certeza es que la democracia no le importa en lo más mínimo y que su rechazo o apoyo a líderes autoritarios, como lo demuestra su relación con Nayib Bukele, no responde a principios, sino a convenencias del momento.
Así como esta vez apoyó a Rubio, mañana podría fácilmente alinearse con Grenell y Chevron.