Jørgen Watne Frydnes y la ceguera ante MCM (parte I)
El costo moral de anular una parte del relato
En una entrevista a la BBC, la líder de la oposición venezolana María Corina Machado, quien ha estado viviendo en la clandestinidad desde el fraude electoral de julio de 2024, declaró que hasta llegar a Oslo para recibir el Premio Nobel de la Paz no había tocado a nadie en año y medio.
Pero en esa misma conversación aseguró además que su regreso no depende de la caída del dictador Nicolás Maduro y que se realizará «lo antes posible», pase lo que pase.
Hizo esta promesa poco después de reencontrarse con su madre y sus hijos; después de verlos por primera vez en mucho tiempo y quizá anticipar, al abrazarlos, el dolor que le provocará separarse otra vez de ellos.
Esta ambición por ocupar un lugar protagónico en la historia, esta tozuda determinación de derrocar una dictadura que a ratos luce inamovible, esta predisposición al sacrificio que casi anula la conciencia individual en nombre de una causa, parecen más propias de un joven fanático de una novela de Conrad o Dostoyevski que de una mujer que se acerca ya a los sesenta años.
Es evidente, al verla, que los meses de aislamiento no han sido fáciles; que incluso la «dama de hierro» venezolana no es inmune a la presión que acarrea liderar la lucha contra un régimen asesino. En su expresión se ven las cicatrices del desgaste y el cansancio; se percibe la carga de responsabilidad frente a los colegas cercanos que, por luchar a su lado, residen hoy en mazmorras donde son víctimas de todo tipo de vejaciones, incluidas torturas.
Sin embargo, ni el acoso ni el aislamiento ni la conciencia del sufrimiento de sus compañeros y familiares; ni los dilemas imposibles que enfrenta ni las críticas que recibe por su alianza con Trump han logrado quebrarla, o al menos no de un modo visible.
Allí la vemos firme en medio de cámaras, reflectores, reporteros, políticos, activistas, artistas célebres, así como una cuadrilla frívola de aduladores, influencers y oportunistas convencidos de que una foto con ella en Oslo es la mejor manera de reafirmar su propio estatus e importancia… allí la vemos asegurando, sin un asomo de duda, que está dispuesta a abandonar de nuevo a su familia y volver al infierno del que acaba de escapar, pase lo que pase.
No necesitamos saber demasiado de una persona para comprender el valor de un gesto en un momento preciso. Hay comportamientos que, aunque no aportan mayor información sobre las peculiaridades de un individuo, revelan rasgos importantes de su carácter.
II
En La Fiesta del Chivo, la novela de Mario Vargas Llosa sobre la dictadura de Rafael Trujillo, hay un diálogo que me viene a la mente al ver la facilidad con que algunos analistas, sobre todo en el exterior, lanzan críticas feroces contra MCM por su alianza con Trump, y que también recordé al releer el discurso de Jørgen Watne Frydnes, presidente del Comité Noruego del Nobel.
La conversación se sitúa en el presente, años después de la caída de Trujillo, y la protagonizan Urania, uno de los personajes principales, y la enfermera encargada de cuidar a su padre.
Urania le pregunta a la señora si recuerda a Trujillo y ella responde que poco, ya que apenas tenía cinco años cuando lo asesinaron.
Pero la mujer añade que mucha gente dice que, durante esa época, se vivía mejor:
—Sería un dictador y lo que digan, pero parece que entonces […] todos tenían trabajo y no se cometían tantos crímenes.
Más que el comentario en sí, lo especial es su ubicación, inmediatamente después de un capítulo en el que la versión ficticia de uno de los ajusticiadores de Trujillo, Antonio de la Maza, recuerda la muerte de su hermano menor Tavito, ejecutado por el régimen no por algo que hizo, sino porque el azar lo convirtió en un riesgo, una inconveniencia, una pequeña molestia que debía ser eliminada para evitarle problemas al caudillo.
Las palabras de la enfermera aparecen cuando el lector siente aún acidez en el estómago por el relato macabro de esa tragedia, una historia entre miles que ilustra la vileza de un tirano que no solo encarceló, torturó y exterminó a tantos inocentes como Tavito, sino que también humilló, subyugó y convirtió en seres patéticos y serviles a decenas de miles de dominicanos.
Con esta yuxtaposición, Vargas Llosa abre dos planos de entendimiento. El lector comprende que la enfermera no pronuncia esas palabras con malicia, pero al mismo tiempo percibe, en el contraste entre su comentario y el espeluznante capítulo anterior, que su observación, aunque fruto de la ignorancia, es tan insustancial como ligera y frívola.
Es verdad que, en comparación con los desastrosos gobiernos posteriores de la República Dominicana, algunos aspectos de la era Trujillo quizá no luzcan ahora tan mal. Sin embargo, las palabras de la señora, independientemente de si contienen una dosis de razón, excluyen una parte importante de la realidad: los horrores que se padecieron en la dictadura.
De modo similar, Jørgen Watne Frydnes transmitió en su sermón que muchas de las críticas a MCM son injustas porque no revelan el cuadro entero, sino solo una fracción.
III
¿Qué cosas nuevas puede decir un noruego sobre Venezuela? Dejando de lado el valor de utilizar el púlpito del premio para amplificar denuncias, ¿hay algo realmente novedoso en el discurso del presidente del Comité Noruego del Nobel?
Creo que dos reflexiones lo volvieron especial; dos reflexiones que tal vez flotaban de forma vaga y difusa en la mente de muchos, y que Jørgen Watne Frydnes logró cristalizar en ideas coherentes.
La primera se refiere a las críticas dirigidas a MCM por su cercanía a Trump: cómo algunos analistas y reporteros no quieren reconocer o quizá simplemente no ven —al igual que la enfermera de La Fiesta del Chivo— los dilemas que enfrenta una oposición que, en palabras del noruego, ha probado sin éxito «una estrategia tras otra»; que ha recurrido «a todas las herramientas de la democracia» —boicots, diálogos, negociaciones, voto bajo condiciones injustas, paros laborales, huelgas de hambre, movilización en las calles, documentación minuciosa de fraudes electorales— para luego despertar y, como en el cuento de Augusto Monterroso, comprobar que el dinosaurio de la tiranía todavía está allí, no solo atornillado en el poder, sino matando y reprimiendo a sus adversarios mediante métodos tan execrables como los de Trujillo.
¿Cuáles métodos? Jørgen Watne Frydnes enumeró algunos: descargas eléctricas en los genitales, violaciones sexuales, Sippenhaft (castigo a familiares), celdas tan frías que provocan convulsiones, golpes tan brutales que las víctimas quedan con dolor al respirar, suministro de agua contaminada, llena de rotíferos e insectos.
La propia MCM es víctima de este clima represivo. A lo largo de los años, ha padecido agresiones violentas y procesos legales amañados. Ha sido inhabilitada políticamente y se le ha impuesto una prohibición de salida del país. Muchos de sus colaboradores cercanos se pudren ahora en cárceles y centros de tortura. El pasado enero, cuando ya vivía en la clandestinidad, fue detenida durante unas horas por esbirros encapuchados, por poco engrosando la lista de más de 2.000 personas arrestadas después del fraude de 2024.
Sin embargo, en lugar de reconocer su esfuerzo descomunal —y el de muchos otros— para salir en paz de la tiranía; en vez de reconocer el coraje, sacrificio personal y espíritu de lucha de los defensores de la democracia en Venezuela, muchos concentran toda su energía —como señala Jørgen— «en buscar defectos en las difíciles decisiones que han debido tomar» e incluso en «invertir por completo el relato» para decir que son ellos quienes «amenazan al país con la guerra».
A lo sumo, los críticos deberían forcejear con una pregunta clave. Si Trump llegara a convertirse en un dictador, pocas personas lo enfrentarían con el valor que MCM ha demostrado, una y otra vez, en su lucha contra Maduro; un valor que volvió a exhibir en Oslo al prometer que regresaría a Venezuela.
¿Por qué entonces una mujer empeñada en restituir un sistema destruido en su país por el chavismo decide acercarse a quien amenaza con demoler ese mismo sistema en Estados Unidos?
¿Por qué corteja a Trump una líder con un coraje y un tesón que congresistas, magnates tecnológicos, universidades, firmas legales y medios estadounidenses ya han demostrado no tener en la defensa de su propia democracia, pese a que ninguno de ellos enfrenta, ni por asomo, riesgos de la misma magnitud?
Pasado mañana, la segunda parte del ensayo.




