Cómo la oposición venezolana acorraló a Maduro el 28J (parte I)
O por qué no debemos subestimar los logros de la Plataforma Unitaria
(La primera parte del ensayo es una revisión, actualización y ampliación de artículos que he publicado antes en esta plataforma).
El fraude ocurrido el pasado 28 de julio en Venezuela será recordado como uno de los episodios más oscuros de la historia reciente de América Latina. El régimen de Nicolás Maduro se desnudó por completo como una dictadura al robarse la elección presidencial, fabricando un resultado de la nada. Aunque Maduro, al igual que su predecesor Hugo Chávez, ha ido erosionando durante años el derecho al voto, ese día acabó por suprimirlo como mecanismo para garantizar la alternancia en el poder. En Venezuela ya no queda vestigio alguno de una democracia.
Pero, independientemente de lo que ocurra ahora, la historia también recordará la gesta heroica que llevó a Maduro a cometer el fraude. La oposición venezolana logró lo que pocos movimientos democráticos han conseguido: derrotar en las urnas a una cruel dictadura y tener las pruebas para demostrarlo. Compitiendo contra un régimen que controla todos los resortes del poder y está dispuesto a utilizarlos para aplastar a sus adversarios, Edmundo González, el candidato opositor que suplantó a la líder inhabilitada María Corina Machado, ganó las elecciones con una amplia ventaja.
Es verdad que el futuro luce incierto. Nadie sabe si estamos presenciando el principio del fin o el inicio de una etapa aún más siniestra. Por el momento Maduro ha logrado mantenerse en el poder, aplacando brutalmente las protestas contra el fraude e ignorando el llamado casi unánime de la comunidad internacional, incluidos antiguos aliados izquierdistas como Brasil y Colombia, para que muestre la evidencia de su supuesto triunfo. Hasta ahora no se han visto señales de quiebre dentro del régimen; por el contrario, el alto mando militar ha permanecido firme detrás del dictador.
Sin embargo, Maduro nunca antes había enfrentado una situación tan complicada. El fraude ha revelado una realidad que lo deja en un terreno frágil: todo el mundo quiere que se vaya. No le será fácil gobernar un país donde una inmensa mayoría lo repudia, rodeado de una camarilla de delincuentes conscientes de su impopularidad y que en cualquier momento podrían traicionarlo. La campaña de terror que ordenó para reprimir las protestas solo intensifica y expande este deseo colectivo.
Maduro no planificó acabar en esta posición, donde evidentemente se siente más vulnerable e inseguro. Pero, contra todo pronóstico, la oposición venezolana lo arrinconó allí con una mezcla de coraje, tenacidad, inteligencia y una pizca de suerte. Desalojar del poder a un dictador no es una tarea fácil, pero el caso de Venezuela demuestra que, incluso en las circunstancias más adversas, se puede hacer mucho para aumentar las probabilidades de que esto ocurra.
Cómo la oposición resucitó
Hace un año la oposición venezolana estaba dividida y desmoralizada. Una facción parecía resignada a vivir bajo una dictadura y algunos dirigentes comenzaron a comportarse como si hubieran capitulado, buscando maneras de coexistir con Maduro en lugar de seguir luchando por una transición.
Las divisiones en la Plataforma Unitaria, que agrupa a los principales partidos opositores, se debían en buena medida a la frustración. En cualquier coalición política, después de años de lucha sin alcanzar el éxito, es natural que surjan o se profundicen diferencias sobre los objetivos y las estrategias. El fracaso puede ser una fuerza divisoria.
Pero otro factor importante era la desconfianza. Desde hace años, Maduro se ha empeñado en infiltrar a la oposición. A través de su control del Poder Judicial y métodos perversos como el chantaje, el soborno y la extorsión, la dictadura no sólo ha maniobrado para convertir en colaboradores a sus antiguos adversarios, sino que también ha cooptado a partidos tradicionales y aprobado la formación de nuevas agrupaciones cuya función es ayudar al régimen a marginar a la oposición real y simular una democracia. Es difícil forjar la unidad en una coalición cuando algunos miembros son sospechosos de ser agentes encubiertos.
¿Cómo escapó la oposición de ese bache de división y desilusión? Hubo un evento que lo cambio todo: las primarias. En octubre del año pasado, la Plataforma Unitaria realizó unos comicios internos para elegir al candidato presidencial que competiría en 2024. Esta elección, que María Corina Machado ganó con más del 90 por ciento del voto, fue un éxito rotundo por dos razones. La primera es que movilizó a la oposición en todo el país y llevó a millones de personas a las urnas, poniendo punto final al largo periodo de desencanto.
La segunda es que las primarias le dieron a la oposición una líder indiscutible, con una legitimidad popular que nadie más posee dentro de la Plataforma Unitaria. Este sello de validación no puede subestimarse, ya que complicó la campaña de Maduro para dividir a sus adversarios. Es difícil fomentar guerras internas y fracturar una coalición encabezada por una persona con merecida fama de incorruptible y un liderazgo blindado por un abrumador triunfo electoral.
Sin embargo, incluso antes de las primarias, el gobierno había inhabilitado a Machado, y a principios de este año, el Tribunal Supremo, brazo legal de la dictadura, reafirmó esa prohibición. Esta situación planteaba un dilema: si Machado insistía en competir, podía dividir a la oposición entre sus partidarios y quienes promovían presentar un candidato viable para mantenerse en la carrera presidencial.
La alternativa era nombrar por consenso a un suplente. El riesgo aquí era que Maduro continuara inhabilitando aspirantes hasta que se quedara con uno servil, permitiéndole así elegir a su adversario. Al final Machado decidió arriesgarse con la opción del sustituto y, tras un intento fallido de inscribir la candidatura de una académica llamada Corina Yoris, la Plataforma Unitaria logró colar a Edmundo González Urrutia. Con esta movida se alcanzó una victoria clave: competir con un candidato respaldado por Machado y todos los demás miembros de la Plataforma Unitaria.
El error de cálculo de Maduro y el rol de Estados Unidos
Una gran incógnita es por qué el Gobierno permitió que la oposición compitiera con una persona que gozaba de la confianza y el respeto de todos los partidos. La pregunta es importante porque, si el régimen hubiera bloqueado a González Urrutia como hizo con Corina Yoris, habría podido maniobrar para seleccionar a su adversario: un candidato sospechoso de colaborar secretamente con la dictadura que, al no ser avalado por Machado, dividiera a la Plataforma Unitaria, atomizando el voto opositor y alentando la abstención. Maduro podía escoger ese camino. ¿Por qué no lo hizo?
Una razón posible es que pensó que iba a ganar. El País de España y The New York Times revelaron en reportajes publicados después del fraude que los asesores de Maduro solo le enseñaban encuestas que lo colocaban en la delantera, a pesar de que la mayoría de los sondeos creíbles mostraban lo contrario.
Sin embargo, Estados Unidos y algunas empresas trasnacionales con intereses comerciales en Venezuela también podrían haber influido en la decisión del dictador.
En octubre pasado, poco antes de las primarias y después de meses de negociaciones secretas entre Washington y Caracas, el régimen de Maduro firmó un acuerdo con la oposición en Barbados para llevar a cabo unas elecciones presidenciales libres en el segundo semestre de este año. A cambio, Biden suspendió las sanciones draconianas impuestas por su predecesor Donald Trump a la industria petrolera venezolana, principal fuente de ingresos del país.
El levantamiento era condicional. La Casa Blanca advirtió que restablecería las restricciones en seis meses si el gobierno no cumplía varios compromisos, incluyendo la habilitación de Machado. Maduro violó previsiblemente el acuerdo y EE UU se vio obligado a restaurar las restricciones en abril.
A lo largo de este proceso, la administración Biden ignoró principios básicos de negociación, actuando de manera que disminuía su capacidad para presionar a la dictadura. En varias ocasiones, funcionarios de la Casa Blanca expresaron a los medios su desagrado por su propia política de sanciones, vinculando el levantamiento a la necesidad de reducir los riesgos del mercado petrolero global y aliviar la crisis que ha provocado en Venezuela un éxodo migratorio de casi 8 millones de personas (desde 2021, EE UU ha procesado a más de 800.000 migrantes venezolanos).
Maduro era consciente de que controlar la migración en la frontera con México era una prioridad electoral para Biden, lo cual reducía el poder de negociación de Estados Unidos. ¿Por qué el régimen haría concesiones importantes si la Casa Blanca enviaba señales claras de que no estaba satisfecha con las sanciones y quería evitar restablecerlas por intereses propios, incluyendo no alentar la migración? En enero Diosdado Cabello, uno de los hombres más poderosos del régimen, dijo en su programa de televisión «ese acuerdo [Barbados] alivia unos de los problemas más grandes de ellos [EE UU], el de los migrantes». Maduro hizo declaraciones similares.
Sin embargo, la administración Biden realizó una jugada inteligente al anunciar que reinstauraría las restricciones a la industria petrolera: permitió que las empresas del sector presentaran solicitudes de licencias individuales para operar en Venezuela. A Maduro le convenían esas autorizaciones. Si se concedían, podrían suavizar el impacto del regreso de las sanciones. Esto aumentó el leverage de EE UU en el momento crucial en el que la oposición intentaba registrar a un candidato suplente. Es difícil imaginar que la Casa Blanca no haya utilizado estas licencias para presionar a Maduro.
En este esfuerzo de la administración Biden, es posible que hayan colaborado empresas trasnacionales con intereses en Venezuela. Antes de la elección, Maduro lanzó una campaña de lobby para atraer a compañías petroleras e inversores extranjeros. Al mismo tiempo, empresarios estadounidenses que querían operar o continuar operando en el país hacían su propio cabildeo para persuadir a Biden de que cambiara su política de sanciones. Algunos de ellos pensaban, e incluso expresaron a medios, que la continuidad del régimen era una opción más estable para la inversión que una victoria electoral de la oposición, ya que asumían que Maduro no abandonaría el poder así perdiera.
El hecho es que a la dictadura y a estas empresas e inversores les interesaba que las elecciones fueran lo suficientemente creíbles como para que EE UU levantara las sanciones o continuara desmontándolas a través de las licencias. Por eso es posible que algunos directivos de estas compañías le hayan recomendado a Maduro que permitiera la candidatura de González Urrutia para no complicar el camino hacia una eventual normalización de las relaciones bilaterales. Biden, por su parte, quería ayudar a los demócratas en Venezuela a nivelar el terreno electoral, pero también cambiar su política hacia ese país porque la consideraba ineficaz y contraria a sus intereses.
La decisión del régimen de no bloquear a González Urrutia parece haber sido el resultado de una combinación de factores: un error de cálculo por parte de Maduro sobre sus posibilidades de ganar, la presión de la administración Biden, y el lobby de inversores y compañías petroleras. Ambiciones dispersas y a veces contrapuestas de políticos, diplomáticos, cabilderos y empresarios se unieron en una causa común: evitar que el régimen eliminara al candidato consensuado de la oposición.
(Lea aquí la parte II del ensayo).