Vargas Llosa inventó a la boliburguesía (parte I)
Cómo «Conversación en La Catedral» me ayudó a entender mi país
Siempre he dicho —medio broma, medio en serio— que Conversación en La Catedral de Mario Vargas Llosa es la mejor novela política que se ha escrito sobre Venezuela.
Es una novela sobre el Perú bajo la dictadura de Manuel Odría, escrita por un peruano mientras vivía en París. Pero a mí me enseñó más sobre Venezuela que cualquier ficción o ensayo venezolano. No solo reconocí a mi país en esa obra de más de 700 páginas, sino también, a través de ella, me volví más consciente y crítico de problemas como la desigualdad, el clasismo, el clientelismo y el autoritarismo.
De hecho, fue con esa novela que aprendí que en algunos países la desigualdad social es tan profunda que la discriminación no se ve a sí misma como discriminación, sino como el orden natural de las cosas. En Las Aventuras de Huckleberry Fin de Mark Twain, Huck siente genuino remordimiento por no entregar a Jim, el esclavo fugitivo con quien ha establecido una relación cercana. Aunque al no entregarlo trata a Jim como un ser humano y no como una mercancía, Huck no es consciente de que está haciendo lo correcto. En Conversación en La Catedral, Vargas Llosa ilumina esa misma normalización de la injusticia en el contexto latinoamericano.
Uno de los protagonistas de la novela es don Fermín, un empresario de la clase alta tradicional que cultiva relaciones con la dictadura para hacer negocios millonarios. Entre esas relaciones está Cayo Bermudez, una poderoso ministro del régimen. Don Cayo es un mestizo de origen humilde o un «cholo», término con una fuerte carga despectiva en el Perú, sobre todo cuando lo utiliza la elite limeña. Fermín lo ve de esa manera, aunque nunca lo exprese para no perjudicar sus negocios.
En una escena del segundo capítulo, Fermín y Cayo se reunen para hablar sobre una licitación; antes de entrar en materia conversan sobre sus familias. Don Fermín le cuenta al ministro que su hijo Santiago (Zavalita) le está dando problemas, en parte porque quiere estudiar en la Universidad de San Marcos:
—Quiere entrar a esa olla de grillos de San Marcos en vez de la [Universidad] Católica —don Fermín paladió la bebida, hizo un gesto de fastidio—. Le ha dado por hablar mal de los curas, de los militares, de todo, para hacernos rabiar a mí y a su madre.
—Todos los muchachos son un poco rebeldes —dijo él [Cayo]—. Creo que hasta yo lo fui.
—No me lo explico, don Cayo —dijo don Fermín, ahora grave—. Era tan formalito, siempre las mejores notas, hasta beato. Y ahora, descreído, caprichoso. Solo me faltaría que me salga comunista, anarquista, qué sé yo.
—Entonces va a empezar a darme dolores de cabeza a mí —sonrío él—. Pero vea, si yo tuviera un hijo, creo que preferiría mandarlo a San Marcos. Hay mucho indeseable, pero es más universidad ¿no cree?
—No es porque en San Marcos se politiquea —dijo don Fermín, con aire distraído—. Además, ha perdido categoría, ya no es como antes. Ahora es una cholería infecta, qué clase de relaciones va a tener el flaco ahí.
Él lo miró sin decir nada, y lo vio pestañear y bajar la vista, confundido.
—No es que yo tenga nada contra los cholos —te diste cuenta, hijo de puta—, todo lo contrario, siempre he sido muy democrático. Lo que quiero es que Santiago tenga el porvenir que se merece. Y en este país, todo es cuestión de relaciones, usted sabe.
Noten que don Fermín ve a Cayo como un cholo y por eso se arrepiente enseguida de haber llamado a la Universidad de San Marcos una «cholería infecta». Intenta corregir su error, pero haciéndolo se hunde aún más, revelando no solo cierto grado de culpa por el desprecio que siente hacia una clase social que considera inferior, sino también su plena consciencia de que don Cayo pertenece a esa clase.
Don Cayo no es tonto y capta todo esto. ¿Cómo lo sabemos? Gracias a una novedosa técnica narrativa del autor. En ese retroceso torpe de don Fermín, lo normal habría sido escribir:
—No es que yo tenga nada contra los cholos —dijo Fermín—, todo lo contrario, siempre he sido muy democrático.
Pero, en vez de utilizar ese espacio entre los guiones para comunicar información redundante, Vargas Llosa lo aprovecha para revelarnos los pensamientos de don Cayo, cambiando bruscamente a la segunda persona:
—No es que yo tenga nada contra los cholos —te diste cuenta, hijo de puta—, todo lo contrario, siempre he sido muy democrático. Lo que quiero es que Santiago tenga el porvenir que se merece. Y en este país, todo es cuestión de relaciones, usted sabe.
En el contexto de los negocios entre Fermín y Cayo, que luego describiré con detalle, este diálogo revela mucho. No solo el racismo, la hipocresía, y el oportunismo de miembros del empresariado y la clase alta limeña durante la dictadura de Odría, sino también el cinismo e inmoral pragmatismo de don Cayo. A la vez, expone una desigualdad social tan arraigada que se manifiesta incluso en relaciones donde los roles tradicionales se invierten y quien antes fue discriminado detenta ahora todo el poder —un poder que ejerce con brutal autoritarismo.
¿Cómo podría un venezolano no verse reflejado en esta novela?
Muy bueno el paralelismo con "Conversación en La Catedral". Pero yo creo que la novela de Vargas Llosa que mejor describe nuestro conflicto político es "La guerra del fin del mundo". No solo porque hay un grupo rebelde con ideas francamente reaccionarias (¡en contra del censo y del sistema métrico decimal!), lo que me parece genial es la absoluta incomprensión entre los dos bandos en pugna, como si fueran de mundos distintos. Así siento que es la relación entre el chavismo y la oposición en Venezuela.