Hace un año, danzando en las paredes y el techo de mi habitación, noté las luces inconfundibles de una ambulancia. Como no podía dormir y llevaba un rato rumiando preocupaciones, me asomé a la ventana y vi el enorme vehículo estacionado frente a la casa de mi vecina Patty, una señora bastante mayor que, aunque apenas conozco, sé que lleva ya años muy enferma. Pronto se hizo evidente que no había ocurrido nada grave, pero la escena me recordó unos versos de un poema de Philip Larkin sobre la muerte, titulado Ambulances:
They come to rest at any kerb:
All streets are visited in time.
Es verdad, ni una calle se salva de estos vehículos que…
Closed like confessionals, they thread
Loud noons of cities, giving back
None of the glances they absorb.
No es la primera vez que un episodio me hace recordar este poema. Tampoco que un verso de Ambulances me recuerda cosas que me pasaron antes de leer a Larkin.
En Londres, donde viví unos años hace muchos años, presencié una escena que jamás he olvidado. Un domingo, caminando de vuelta a mi residencia en Cloudesley Road, me crucé con un funeral: un ataúd llevado por varios hombres vestidos de negro, seguido por una multitud. Doblando en la esquina de una transversal, vi a una señora como de cien años observando el féretro con una expresión quizá no de horror, pero sí de desasosiego y turbación.
Ahora siempre vinculo ese incidente con otros versos de Ambulances:
The fastened doors recede. Poor soul,
They whisper at their own distress.
En Cloudesley Road, la anciana no vio las puertas de una ambulancia cerrándose y luego el vehículo alejándose —the fastened doors recede—, pero su reacción al ver el funeral fue la misma a la descrita en el poema de Larkin.
Sí, la señora susurró poor soul, pero tambien poor me. Sintió al mismo tiempo empatía por el difunto y miedo por su propia cercanía a la muerte. Eso fue exactamente lo que vi en su rostro:
Poor soul,
She whispered at her own distress.
Otra escena que me viene a la mente al leer Ambulances no es de la vida real, sino de la serie televisiva de David Simon, The Wire.
Uno de los personajes más logrados y magnéticos de la serie es Omar Little, una especie de Robin Hood que roba a los narcos de Baltimore pero nunca a la gente común.
En la última temporada, un niño asesina a Omar. A estas alturas, después de haberlo acompañado a lo largo de tantos episodios y etapas de su vida (al menos unas sesenta horas de ficción), es difícil no sentirse conmovido.
Una de mis escenas favoritas de la serie —y hay muchas— ocurre en la morgue, poco después de que lo matan. Un médico forense abre la bolsa del cadáver de Omar, revisa la etiqueta con el nombre, la cierra y luego abre otra bolsa con otro muerto. En ese momento se da cuenta de que alguien confundió las etiquetas (la de Omar lo describe como un hombre blanco) y corrige el error colocándolas en su lugar.
Es un instante poderoso, en el que comprendemos lo efímera e insignificante que puede ser la vida. Impacta ver cómo la figura mítica de Omar queda reducida a un cadáver anónimo en una fría morgue que pudo haber sido enterrado bajo otro nombre por error. El contraste entre la magnitud de su muerte y el trato banal que reciben sus restos es lo que da a la escena toda su fuerza.
Para nosotros es el final trágico de un largo recorrido de aventuras, amores, traiciones, pasiones y obsesiones. Para los médicos forenses, en cambio, esa vida no es más que datos, etiquetas, archivos.
En Ambulances, Larkin aborda este mismo tema:
Then children strewn on steps or road,
Or women coming from the shops
Past smells of different dinners, see
A wild white face that overtops
Red stretcher-blankets momently
As it is carried in and stowed,And sense the solving emptiness
That lies just under all we do….
Noten también allí la disonancia: el mundo sigue con juegos, compras y cenas, mientras una vida llega a su fin.
Los testigos, sin embargo, se estremecen al ver el cuerpo pálido siendo trasladado a la ambulancia; de pronto entienden la fragilidad de la existencia como la señora de Cloudesley Road cuando vio el ataúd, o como los espectadores de The Wire ante la muerte de Omar.
Y Larkin no pudo escoger una mejor combinación de palabras para describir ese estremecimiento. Solo un poeta de alto vuelo como él es capaz de utilizar el lenguaje con tanta precisión y eficiencia.
Hace unos meses la salud de mi vecina Patty se deterioró y sus familiares se vieron obligados a trasladarla a un hospicio. Poco después, una inmobiliaria compró su vivienda y la derribó para construir una más grande y venderla. Cada vez que pasó por allí y veo, en el lugar donde durante sesenta años estuvo la modesta casita de Patty, un terreno vacío lleno de máquinas de construcción, pienso en el hermoso poema de Larkin y siento the solving emptiness…that lies just under all we do.