¿Por qué Maduro no castigó a los conspiradores del 30A?
La respuesta podría revelar la principal vulnerabilidad del régimen
Un tema que me parece interesante, porque revela mucho sobre una característica peculiar de la dictadura venezolana:
El 30 de abril de 2019 hubo un intento fallido de derrocar a Nicolás Maduro en una conspiración en la que participaron líderes de la oposición como Leopoldo López, Juan Guaidó y Julio Borges, junto a personas con roles importantes en el régimen como el ministro de Defensa, Vladimir Padrino; el director de la DCGIM, Iván Hernández Dala; el jefe del Sebin, Cristopher Figuera; y el presidente del Tribunal Supremo de Justicia, Maikel Moreno. También participaron Raúl Gorrín y César Omaña, empresarios promiscuos vinculados tanto al Gobierno como a la oposición.
La conspiración fracasó y López se vio obligado a refugiarse en la embajada de España mientras Figuera tuvo que huir del país.
Sin embargo, muchas de las personas que conspiraron —Omaña, Moreno, Gorrín, Padrino— permanecieron en libertad y algunos incluso continuaron un tiempo en sus cargos o todavía siguen en ellos. Padrino aún lidera el ministerio de Defensa. Hernández Dala ejerció como director del DGCIM hasta octubre de 2024, cuando fue nombrado presidente de la CANTV. Moreno sobrevivió dos años más en las presidencia del TSJ y ahora es Magistrado de la Sala de Casación Penal.
¿Por qué Maduro no castigó a estos traidores, sino más bien las mantuvo en sus posiciones?
Algunos analistas sostienen que Padrino y Maikel Moreno nunca fueron conspiradores reales, sino infiltrados del Gobierno.
He leído todo lo importante que se ha escrito sobre el 30A y, aunque considero posible que Moreno haya sido un topo, me cuesta creer que los demás lo fueran, especialmente la pieza clave del complot: el general Padrino.
Si no eran en topos, ¿por qué Maduro los dejó en libertad?
En el libro Nos quieren muertos de Javier Moro, Leopoldo López dice que Maduro no encarceló a esta gente porque decidió, de forma maquiavélica, que podían ser más útiles libres que presos:
Maduro, aconsejado por los cubanos, reaccionó con astucia y cautela. En lugar de echar a los que claramente estaban conspirando en su contra —Gorrín, Herrnández Dala, Moreno, etc— los mantuvo en sus puestos, e hizo como si nada hubiera pasado. Fue una jugada muy hábil, porque, al no denunciarlos, evitó una fractura en el Gobierno. "Optó por un perdón costoso a una demostración de debilidad", diría Leopoldo. El perdón los amarraba más que el castigo.
En el caso de Gorrín, cuya función en la conjura era sobornar a los magistrados del TSJ, Javier Moro escribe:
Después del susto que vivieron con la sublevación, y siempre con la connivencia de los cubanos, Maduro y su Gobierno se dispusieron a aniquilar a la oposición. Esta vez no lo harían luchando frontalmente, sino comprando a los diputados. Para ello, Maduro contaba con Gorrín. El dinero que no había conseguido comprar a los magistrados del Tribunal Supremo lo iba a destinar ahora a sobornar a diputados opositores. Bien se lo debía Gorrín. "Me las has jugado una vez, no puede haber otra", le había dicho sin disimular un tono de amenaza.
Cristopher Figuera, sin embargo, sugiere otra posible explicación. En su libro sobre el 30A, dice sobre la relación entre Maduro y Hernández Dala (énfasis mío):
Hernández Dala y su familia están sancionados por la OFAC; pero eso no le ha impedido prosperar en el negocio de producción agrícola; minera; petrolera; criptomonedas; en el sector hotelero; gastronómico, aduanero; en el de estética corporal; en el textil; en la seguridad privada, entre otros; pero el que le permite sostener el resto de sus negocios, es el de aterrorizar a la gente, hasta el mismo Nicolás, se aterroriza al pensar en salir de él, aún teniendo sobrada evidencias que le han entregado González López y los cubanos, de las actividades conspirativas para sacar lo del poder.
En otras palabras, no es que Maduro no quiere encarcelar a algunos de los conspiradores. Es que no puede. Sacarlos de circulación representa un riesgo demasiado alto, porque estas personas disponen de muchos recursos, cuentan con aliados muy poderosos —tal vez en el mundo criminal— y manejan información muy sensible que podrían utilizar en contra del régimen.
Esta explicación, que puede coexistir con la de Leopoldo López, tiene implicaciones importantes. Significa que la dictadura venezolana se diferencia a las dictaduras tradicionales en un aspecto fundamental: no hay un solo foco de poder que controle al resto, sino varios que coexisten en un equilibrio más precario de lo que normalmente se asume.
Ejemplos de esta fragilidad incluyen el 30A, el encarcelamiento de los ministros Tareck El Aissami y Miguel Rodríguez Torres, la salida reciente de Hernández Dala del DGCIM, la aparente detención de César Omaña después de las elecciones del 28 de julio y tantos otros episodios. Con una diversidad de facciones que desconfían profundamente unas de otras, y que a menudo actúan por su cuenta o en colaboración con boliburgueses y mafias criminales que también rivalizan u operan sin coordinación, el riesgo de implosión es alto.
Cualquier intento de impulsar una transición en Venezuela debe explotar esta debilidad.