1.
Vital, enérgica, vibrante, ocurrente, la prosa de Vladimir Nabokov parece despedir chispas en cada página. Leer al autor de Lolita tiene un efecto similar al del café en las mañanas: despierta la mente, activa los sentidos, estimula la imaginación.
Noten, por ejemplo, esta oración hacia el final de Pnin:
Then the little sedan boldly swung up the shining road, which one could make out narrowing to a thread of gold in the soft mist where hill after hill made beauty of distance…
“…narrowing to a thread of gold in the soft mist…”
“…made beauty of distance…”
La imagen no podría ser más hermosa, sobre todo considerando el lugar en que aparece: hacia el final de la historia, cuando el protagonista se muda del lugar donde transcurre la trama.
O, en esa misma novela, esta descripción de Pnin lavando un cascanueces:
Fastidious Pnin rinsed it, and was wiping it, when the leggy thing somehow slipped out of the towel and fell like a man from a roof.
¡Leggy thing!
La originalidad no solo reside en el “leggy”, sino también en referirse al cascanueces como “thing”. El lector siente la leve exasperación de Pnin. Decir “se me cayó la cosa” expresa mejor esa irritación que “dejé caer el cascanueces.”
Incluso en oraciones más sobrias, Nabokov parece no poder contenerse.
Un hombre en un tren… wait there for the confused greenery skimming by to be cancelled and replaced by the definite station he had in mind.
Para informar sobre la edad de un grupo de personas… Most of the men had seen sixty and had trudged on. ¡Trudged on!
Un gesto de sorpresa… lifting his rudimentary eyebrows and forgetting them there.
En una cocina… the sun and shadows of leaves rippling on the white refrigerator.
En resumen, Nabokov es un mago con la palabras y no sorprende que tenga tantos admiradores e imitadores. En una lengua que no era la suya, logró convertirse uno de los grandes estilistas de la novela del siglo XX.
2.
Este virtuosismo, sin embargo, está vinculado a un debilidad de su prosa. La paradoja de Nabokov es que una de sus grandes virtudes es también un defecto.
Nabokov a veces parece competir con la historia por la atención del lector. Está siempre excesivamente interesado en impresionarnos con su talento. Es como el niño que, al ver a su hermano menor recibir aplausos por una pirueta, decide hacer él también una para provocar una reacción similar. O como el guitarrista de rock que, en medio de una canción, toca un solo demasiado largo con el objetivo de brillar él como intérprete.
Fíjense, por ejemplo, lo que dice el narrador de Pnin sobre una prótesis dental:
At night he kept his treasure in a special glass of special fluid where it smiled to itself, pink and pearly, as perfect as some lovely representative of a deep-sea flora.
O en cómo describe a Pnin deleitándose con el interior de una lavadora que.. looked like an endless tumble of dolphins with the staggers.
En Lolita, un párrafo comienza con esta comparación … A row of park cars, like pigs at a trough, seemed at first to forbid access.
Aunque estos metáforas y símiles son ingeniosos, uno tiene la impresión de que Nabokov busca cualquier oportunidad, por mínima que sea (la vista de una lavadora, una prótesis en un vaso), para exhibir su talento con alguna audacia lingüística. Y estas no están al servicio de algo mayor, sino que buscan atraer atención hacia sí misma. El virtuosismo estilístico deja de ser una herramienta y se convierte en el fin.
En Pnin el narrador describe a una pareja que, tras la partida de sus hijos, se queda sola en una casa demasiado grande que…now seemed to hang about them like the flabby skin and flapping clothes of some fool who had gone and lost a third of his weight.
La imagen es perspicaz. No a cualquiera se le ocurre hacer esa conexión, y por eso tantos novelistas la citan con aprobación. Pero el objetivo de Nabokov, más que iluminar lo que siente una pareja cuando sus hijos se independizan, es vanagloriarse de su originalidad, recordarnos que es un estilista de primer orden. Por un instante el autor vuelve los reflectores hacia él, olvidándose de que su labor es iluminar el escenario.
3.
Nabokov era demasiado inteligente como para pensar que la buena literatura es una sucesión de frases brillantes. Al mismo tiempo, el peso que asignaba al estilo era enorme, y eso explica por qué desestimaba a escritores como Chéjov, Faulkner, Camus y Dostoievski. También explica por qué en los fanáticos de Nabokov suele haber un culto a la oración.
Yo pienso que la mejor crítica a Nabokov está en sus propios libros, cuando su virtuosismo estilístico está al servicio de los personajes y la historia.
Miren, por ejemplo, estas oraciones de Lolita:
I noticed with a spasm of fierce disgust that the former Counselor of the Tsar, after thoroughly easing his bladder, had not flushed the toilet. The solemn pool of alien urine with a soggy, tawny cigarette butt disintegrating in it struck me as a crowning insult..
"Solemn pool"….
"A spasm of fierce disgust"….
"A soggy, tawny cigarette butt"…
Es difícil no ver la marca de Nabokov en estas frases. Pero aquí el estilo está subordinado a un objetivo más importante que la autopromoción: expresar la ira del protagonista de la novela, Humbert Humbert, porque su mujer acaba de abandonarlo por un taxista, ex coronel ruso. La orina, de hecho, es de ese hombre, quien fue al apartamento de Humbert Humbert para ayudar a la esposa a empacar sus cosas antes de marcharse con él.
Ese "solemn pool of alien urine", ese "soggy, tawn cigarette butt" que se desintegra en el agua, destila la rabia del personaje en cada sílaba.
Con el “leggy thing" ocurre algo similar. Pese a que ese adverbio es indudablemente de Nabokov, la intrusión del autor no es tan visible porque el “thing” expresa maravillosamente la irritación del personaje. Es decir, el “leggy thing” parece provenir de Pnin.
Otro ejemplo es la poderosa escena cuando Humbert Humbert, haciendo gala de su paranoia, pedofilia, crueldad y demencia, sospecha que Lolita le fue infiel y, al verla, le parece que esa infidelidad, o su amor repentino por otro hombre, se refleja en su mirada y sus gestos:
And there she sat, hands clasped in her lap, and dreamily brimmed with a diabolical glow that had no relation to me whatever.
Y más adelante Humbert Humbert, aprovechándose de la elocuencia de su creador (en lugar de servir como un vehículo para que Nabokov despliegue sus piruetas verbales), cierra el capítulo con esta horrorosa confesión:
I said nothing. I pushed her softness back into the room and went after her. I ripped her shirt off. I unzipped the rest of her. I tore off her sandals. Wildly, I pursued the shadow of her infidelity; but the scent I traveled upon was so slight as to be practically undistinguishable from a madman’s fantasy.
Aquí Nabokov sí logra ese esa mágica simbiosis entre estilo y contenido. Entre forma y fondo.