El caso de El Salvador ilumina la tensión entre dos fuerzas presentes en cualquier individuo o sociedad: el deseo de libertad y el anhelo de orden. Bajo Nayib Bukele, el país ha pasado de ser uno de lo más violentos del mundo a un lugar mucho más seguro.
Bukele logró esta reducción del crimen suprimiendo las libertades civiles y perpetrando graves violaciones a los derechos humanos. Decenas de miles de jóvenes, muchos de ellos inocentes, han sido detenidos y encarcelados sin debido proceso. Más grave aún, Bukele ha desmantelado la democracia en El Salvador, secuestrando a los poderes Judicial y Legislativo, subyugando a la prensa y acosando a sus adversarios políticos.
¿Qué valoran más los salvadoreños? ¿La mejoras en seguridad o las libertades de la democracia? Todo apunta a la primera. Una mayoría amplia respalda y aprueba la gestión de Bukele.
Como el Gran Inquisidor de Dostoyevski, Bukele apostó a que, entre la libertad y el orden, el Salvador prefiere el orden.
Y ganó la apuesta.
II
“El Gran Inquisidor” es el capítulo más famoso del clásico de Dostoyevski, Los hermanos Karamazov. Es una parábola que Iván narra su hermano Alyosha. Una ficción dentro de la ficción que tiene valor literario en sí misma, y que algunas casas editoriales han publicado de manera independiente, separada del resto de la novela.
El relato transcurre en Sevilla, durante la Inquisición en el siglo XVI. Cristo vuelve a la Tierra y deslumbra una vez más a la humanidad con sus milagros. Enseguida es arrestado por el Gran Inquisidor, un cardenal convencido de que Cristo es una amenaza para la sociedad. En un largo monólogo, el cardenal le reprocha a Jesús el haber hecho libre al hombre durante su primera venida. Le dice que esa libertad es una carga insoportable y la causa principal de su infelicidad.
El cardenal sostiene que, sin la intervención divina en los asuntos terrenales, el caos y sufrimiento siempre prevalecerán, ya que el ser humano es demasiado débil y defectuoso para gobernarse a sí mismo y redimirse a través de la fe. Por eso la Iglesia ha decidido corregir el “error” de Cristo, despojando a la humanidad de su libertad para garantizar la seguridad y el orden.
III
La tensión entre la libertad individual y el orden colectivo está al centro del conflicto filósofico del “Gran Inquisidor”.
Dostoyevski se enfocó en la religión. Durante su monólogo, el cardenal le pregunta a Cristo si alguna vez consideró que el hombre, al tener libertad para adorar a cualquier Dios o no creer en ninguno, terminaría por rechazarlo a Él. ¿Cómo no previó que la gran mayoría carece de la fortaleza necesaria para encontrar en la fe su salvación?
Sin embargo, la parábola resuena en otros ámbitos. En la democracia la libertad individual también está en tensión con la seguridad y el orden. Como el Gran Inquisidor, Bukele podría argumentar que en El Salvador es imposible resolver el problema del crimen en democracia. Las instituciones del país están pobladas por individuos corruptos que hacen demasiado difícil reducir la violencia.
Por eso se debe concentrar el poder en pocas manos y castigar a los criminales de manera implacable, así ello implique violar derechos básicos y encarcelar a gente inocente. El daño colateral de una estrategia efectiva de “mano dura” es mucho menor al costo de mantener una política que, aunque respetuosa de los derechos humanos, nunca alcanza su objetivo de convertir a El Salvador en un país más seguro.
¿Tienen la razón Bukele? ¿Acertó siguiendo los pasos del Gran Inquisidor?
IV
En Los Hermanos Karamazov, Dostoyevski no se equivoca al recordarnos nuestra incapacidad para encontrar respuestas definitivas a las grandes preguntas. No sabemos si Dios existe. No entendemos por qué hay tanto sufrimiento en el mundo. No comprendemos por qué algunos tienen suerte mientras que otros no. No conocemos la receta de la felicidad. El ser humanos es, por naturaleza, incapaz de aclarar estos misterios, y por eso es inevitable que, una y otra vez, cometa errores.
En ese sentido, el Cardenal de la parábola tiene razón en decir que la libertad puede ser una carga insoportable. Todos hemos experimentado esa sensación: no saber qué hacer, adónde ir, cómo comportarnos o a qué aspirar, deseando que alguien nos señale el camino. Con ese deseo, en el fondo, anhelamos renunciar a nuestra libertad.
El Gran Inquisidor, sin embargo, se equivoca al afirmar que suprimir las libertades es la mejor manera de alcanzar la seguridad y el orden. Porque, aunque se supriman como ocurrió durante la Inquisición, ningún régimen opresor puede erradicar el deseo humano de ser libre. Mientras exista ese deseo, la falta de libertad siempre generará reacciones con un potencial desestabilizador.
De hecho, numerosos estudios académicos han demostrado que, por una combinación de factores, las democracias tienden a ser más estables que los autoritarismos. La resolución pacífica de conflictos, por ejemplo, depende en gran medida de la existencia de mecanismos institucionales diseñados específicamente con ese propósito. Sin esos mecanismos, las sociedades son más propensas a padecer estallidos violentos como revoluciones o golpes de Estado. Del mismo modo, es más fácil lograr un crecimiento económico sostenido en sistemas donde existe participación ciudadana, transparencia en la gestión pública, debate abierto de ideas y respeto al Estado de Derecho.
Así existan excepciones como China, donde un sistema autoritario ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza en pocas décadas, recortar libertades conlleva un riesgo alto de inestabilidad.
El problema que plantea El Salvador es que, cuando el crimen alcanza extremos intolerables, esta discusión se vuelve irrelevante para la mayoría. Vivir en democracia no vale mucho cuando confrontas a diario el riesgo de que violen o asesinen a tus seres queridos. Por eso la mayoría de los salvadoreños respalda a un líder que, aunque profundamente autoritario, ha logrado controlar el crimen. Decidieron que el riesgo personal de vivir en un país sin instituciones independientes y donde a cada rato se encarcela a gente inocente es menor al de subsistir en una nación dominada por las pandillas criminales.
La tragedia es que no se les puede culpar por pensar así.