Hace unas semanas, en medios de noticias terribles sobre deportaciones, ataques a las universidades, y detenciones de jueces y políticos, salí a caminar por el vecindario de Maryland donde vivo. De pronto, escuché el rugido de un avión desgarrando el cielo, seguido por la sirena de una patrulla que pasó a toda velocidad por la calle hacia la que me dirigía.
En ese momento dejó de soplar la brisa y todo lo que me rodeaba pareció inmovilizarse: las ramas de los árboles, la hierba, el agua de los charcos, las hojas que antes danzaban en el suelo. Y, por un instante, esos ruidos que me aturdieron, seguidos por esa sensación de tiempo suspendido, me parecieron una señal ominosa, un presagio de una catástrofe, un temprano indicador del colapso social que se avecina con la nueva era de Trump.
No soy, o no creo ser, una persona ansiosa y no quiero melodramatizar lo que sentí, ya que duró unos segundos y enseguida lo olvidé. Solo quiero decir que ese pequeño brote de ansiedad por lo que ocurría en el país pareció manifestarse en el mundo físico a mi alrededor. Esos sonidos, normalmente desprovistos de significado, esta vez llegaron a mí como una oscura profecía.
Unos días después, por casualidad, leí en uno de mis cuadernos unos párrafos de The Shadow-Line de Joseph Conrad.
En esta novela, que a mí me gustó más que Heart of Darkness, un joven marinero sin nombre narra en primera persona una ardua travesía por el sudeste asiático, en la que asume por primera vez el mando de un barco.
Durante el largo recorrido hacia Singapur, la embarcación de vela se queda varada en un mar tropical sin viento, cerca del golfo de Siam. Al mismo tiempo, una enfermedad misteriosa se propaga entre la tripulación y el joven narrador, desmoronándose emocionalmente, siente una profunda impotencia ante la cruel indiferencia del clima y una sensacion de fatalidad por el posible fracaso de su primer viaje como capitán.
Y entonces nos dice:
There is something going on in the sky like a decomposition; like a corruption of the air, which remains as still as ever. After all, mere clouds, which may or may not hold wind or rain. Strange that it should trouble me so. I feel as if all my sins had found me out. But I suppose the trouble is that the ship is still lying motionless, not under command; and that I have nothing to do to keep my imagination from running wild amongst the disastrous images of the worst that may befall us.
Al pasar la página, leo:
Towards evening [the clouds] vanished as a rule. But this day they awaited the setting sun, which glowed and smoldered sulkily amongst them before it sank down. The punctual and worrisome stars reappeared over the mast-heads, but the air remained stagnant and oppressive.
Y luego el mejor párrafo… uno que alude al agobiante transcurrir de los días durante esta crisis en altamar:
The effect is curiously mechanical; the sun climbs and descends, the night swings over our heads as if somebody below the horizon were turning a crank. It is the pettiest, the most aimless…
«…the pettiest, the most aimless…as if somebody below the horizon were turning a crank…»
¿Alguien ha escrito algo más desolador sobre el paso del tiempo?
Al repasar estos apuntes y releer esas páginas en la novela, no puedo evitar pensar en la reacción de don Rigoberto a una sección de La Vida Breve de Juan Carlos Onetti:
Quien escribe frases así, que diez años después siguen erizándole a uno la piel, llenándole el cuerpo de estalactitas, es un creador.